Entrando a una máquina del tiempo
- Romina Aviña
- 30 jun 2015
- 1 Min. de lectura
Eran las diez y cuarto, cuando por primera vez íbamos a experimentar el estar presentes en tan emblemático mercado de antigüedades, "La Lagunilla".
Apenas llegamos y sentimos el sol sobre nuestros rostros, el recorrido empezaba y la incertidumbre nos inundaba la mente.
La gente ya se hacía presente y el ambiente lleno de vida era inevitable no percibirlo. Pasamos por pasillos llenos de ropa, de comida, y de un sin fin de objetos; nos sentíamos perdidos, como caminando sin rumbo, preguntamos en un puesto de comida y las personas que ahí desayunaban nos guiaron hacia el lugar que estábamos buscando.
De pronto vimos frente a nuestros ojos miles de objetos, portadores de historia, historia de distintas épocas, se escuchaba música, pasos, voces, ruido y se podía oler a viejo.
No había duda de que ya estábamos en el lugar indicado. Caminamos entre la gente, paso a pasito, sin perder de vista todo lo que a nuestro alrededor se encontraba. Fue inevitable no sorprendernos.
Rostros, botellas, cuadros, joyería, lentes, lámparas, muebles, letreros, discos, radios, latas, instrumentos y muchas cosas más son las que observamos.
La Lagunilla se vive y se siente, es casi como entrar a una máquina del tiempo.


















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